Hoy ha llegado al buzón algo que nunca antes había visto. Un papelito, pequeño y doblado como uno de esos telegramas que antes se enviaban. Es del censo. En él aparecen su nombre y apellidos, algún que otro número y la dirección de un colegio.
¿Y hay que ir de verdad tan lejos? Es que tengo muchas cosas que hacer— me dice.
Yo me encojo de hombros y callo. Y yo qué sé si hay que ir. Se supone que es mayor. Se supone que es libre para hacer lo que quiera.
Y, Ángel, tú, ¿A quién vas a votar?
Parece que hoy no podré comer tranquilo viendo la tele. Vaya por Dios.
Pues no lo sé. No sé a quién voy a votar, la verdad. Por falta de publicidad no es. Están hasta en la sopa. Tampoco por falta de información. En mi deseo de saber y gracias al tiempo libre, me tragué algún que otro programa electoral. O más bien me atraganté con ellos.
Y ahora dime, en serio, ¿crees que todo esto vale para algo? ¿Que el mundo cambiará por un voto?
¿Por qué me tuvo que tocar a mí la preguntona? Tampoco sé si esto vale para algo, lo reconozco. Me gusta pensar que es útil. Que puedo cambiar las cosas. Que está en mis manos ir a mejor. Pero no lo sé. Si no lo veo, no lo creo. Todo seguirá igual. Eterno retorno. ¿O no?
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