martes, 9 de noviembre de 2010

Una noche ajetreada

            ¿Cuántas veces hemos pensado sobre si Dios existe o no? ¿Quién, en una fiesta que ha ido decayendo hasta lo soporífero, no se ha dedicado a discutir sobre Dios, algunas veces incluso con una copa en la mano? Esta misma pregunta se la hace Descartes de otra manera, y habiendo bebido quizás menos: ¿cómo se puede saber si Dios existe? Su respuesta está en la razón.
            René Descartes (1596-1650) fue un filósofo, científico y matemático francés. Nacido en una buena familia, estudió en el Colegio Real de la Fléche, dirigido por jesuitas. Tras licenciarse en derecho por la Universidad de Poitiers, se alistó en diversos ejércitos participantes en la Guerra de los Treinta Años. Viajó por toda Europa hasta que decidió retirarse a Holanda. Allí escribió algunas de sus obras más importantes. Vivía por y para el conocimiento, y pertenecía a la corriente racionalista. Los racionalistas, consideraban la razón como fuente suprema del saber, y todo debía ser explicado por la razón. En 1649, se trasladó a Suecia, a la corte de la reina Cristina. En ese país moriría debido a su frágil estado de salud y al clima sueco.
            En Holanda fue donde desarrolló los pensamientos que hoy nos ocupan. Fue entonces cuando se planteó su duda, la duda metódica. ¿Qué es real y qué no lo es? ¿Qué es verdad? Para Descartes los sentidos no son fuente de fiabilidad. ¿Quién no ha oído algo que no era, o ha creído ver algo distinto a la realidad? Esta duda la ilustra con ejemplos. Una vez, caminando por el campo vio a lo lejos una torre. La torre parecía redonda. Al acercarse sin embargo, descubrió que la torre era cuadrada. En otra ocasión Descartes se veía claramente en su casa, sentado en su mesa llena de libros. Todo era exactamente igual a su casa, hasta el fuego de la chimenea. No obstante, era una fantasía. Descartes estaba en realidad dormido, y todo había sido un sueño. Los sentidos no valen para demostrar la realidad.
            De hecho, dudando de todo y de todos, incluso de sí mismo, sólo llega a estar seguro de una cosa. De que piensa. Sean nuestros pensamientos erróneos o no, todos, incluso los más tontos, pensamos. Este es su famoso “pienso luego existo” “cogito ergo sum”.
            Descartes no se detiene ahí. No le basta. Él sigue pensando y pensando, buscando explicaciones a la realidad. Dudando radicalmente se da cuenta de que busca una solución. Pero no una solución cualquiera, que sirva como parche al pinchazo de su duda, sino una solución perfecta. Pero, ¿de dónde le puede venir esa idea de perfección siendo él un ser humildemente imperfecto? La idea tiene que tener un origen, tiene que provenir de algo, ya que de la nada no surge nada. Tras mucho pensar la solución aparece esta resplandeciente ante Descartes: la perfección viene de Dios. De él provienen las cualidades que tenemos, y hacia el tendemos al actuar intentando tomar siempre la decisión perfecta.
            Los que, según Descartes, nieguen esta evidencia, basarán su conocimiento exclusivamente en los sentidos, y se equivocarán en sus teorías como yerran los sentidos a veces. Dios y alma son las únicas seguridades que hay en la vida.
            René Descartes vivió en el siglo XVII  y pretendía fundar una ciencia absoluta que lo explicara todo siguiendo el principio de las matemáticas que para él era infalible. Confiaba ciegamente en la razón, y la razón era el único argumento que aceptaba. Nosotros vivimos en el siglo XXI y nos seguimos haciendo las mismas preguntas. ¿Dejarán nuestros hijos, nietos, y descendientes de hacérselas? No tengo ni idea. Lo que sí queda demostrado, es lo que puede dar de sí una fiesta.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario