miércoles, 13 de octubre de 2010

Tomás Moro y el camino oblicuo



            Nacido en 1478, e hijo de un juez real, Moro mostró desde pequeño un gran talento. Recibió una educación esmerada, y sus valores le llevaron a alejarse de una vida de lupanares y tabernas, algo frecuente en los estudiantes de aquella época. Mantenía correspondencia con humanistas de toda Europa, entre los que destaca Erasmo. Tras haber ejercido en la jurisprudencia, y con cierto éxito a sus espaldas, Moro asciende a puestos más relevantes. Ascenso debido en parte, al favor que le profesa el recién coronado rey de Inglaterra, Enrique VIII. Posteriormente ambos llegarían a ser incluso amigos, ayudando Moro a Enrique en su escrito “Defensa de los siete sacramentos”. Unos años después, en 1529, llegaría a ser nombrado lord canciller del reino, cargo al que renunció tres años después debido al malestar generado por el divorcio del rey de su esposa Catalina, para casarse con Ana Bolena. A partir de entonces, Moro cayó en desgracia. El rey se declaró cabeza de la Iglesia de Inglaterra, y ordenó jurarle lealtad como tal. Moro se negó a realizar tal juramento, y fue encarcelado, humillado, e interrogado una y otra vez. Finalmente, tras un breve juicio fue ejecutado el 6 de julio de 1535. Siglos después, en 1935, fue canonizado y nombrado patrón de los políticos. No hay pues, un mejor pensador para ilustrarnos sobre la política que él.
            Su obra Utopía, está dividida en dos cortos libros. En el primero, Moro analiza los problemas del mundo en su época por boca de Rafael Hytlodeo, un personaje inventado por él, marino curtido, filósofo y humanista. En el segundo libro Rafael cuenta uno de sus viajes, poniendo a la sociedad de un país que conoció como modelo. El país se llama Utopía (no-lugar, literalmente en griego).
            Hoy, sin embargo, me centraré en el primer libro, y en las conversaciones que en él tienen Moro y Rafael sobre el filósofo y la política.
            Para Rafael Hytlodeo, ser filósofo y ser político es incompatible. Para ilustrarlo nos pone una serie de ejemplos. Imaginemos que estamos en la corte de un rey, o en un parlamento actual. Se debaten leyes y normas, sobre la guerra, sobre los impuestos, y tantas cosas más. Y las propuestas son cada vez más inhumanas: se prefieren aumentar los impuestos a ahorrar y ser austeros, se prefiere invadir otro país con la consiguiente pérdida de vidas a distribuir mejor y apañarse con los medios disponibles. Si entonces, Rafael se levantara y ofreciera soluciones como austeridad y humildad, ¿quién le haría caso? ¿No le mirarían todos como a un loco y a un entrometido? ¿Admitirían los orgullosos reyes consejos así? ¿Aceptarían nuestros políticos medidas humildes? Por estas razones Rafael no ve el sitio de los filósofos en la corte.
            Tomás Moro, sin embargo, no se queda corto en su respuesta. La postura de Rafael, por más que razonable y bien pensada no le convence. Actuar de la manera propuesta sería actuar a destiempo, como un actor que salta a escena con pensamientos filosóficos en medio de una comedia. Esa no es la solución, y en palabras de Moro “sea cual fuere la obra representada, encarnad vuestro personaje de la mejor manera posible”. Es imposible desarraigar la maldad y corregir los defectos, pero eso no significa que debamos abandonar el barco por la tempestad. No. La situación precisa que sigamos un camino “oblicuo”, que nos esforcemos de nuestra parte para menguar el mal y arreglar las cosas, aunque sea imposible que todas las cosas vayan perfectamente, ya que eso requeriría que todos los hombres fueran buenos.
            La conversación sigue unas páginas más, y Rafael rebate las ideas de Moro, diciéndole que sí existe un mundo perfecto, y ese mundo es Utopía. Sin embargo, estas páginas son el núcleo de la reflexión de Moro. En ellas enfrenta la filosofía escolástica, alejada del mundo, aislada y soberbia intelectualmente, con lo que él llama “filosofía política” o camino “oblicuo”. Actuar adaptándose a la situación, con unos valores siempre presentes, y aceptando la realidad en que vivimos, tratando siempre de obrar de la mejor manera.
           Tomás Moro vivió en el siglo XVI, y hoy en día sus palabras están más vivas que nunca. Hoy, en esta sociedad de corrupción, interés y ambición (no hay tanto que nos diferencie del siglo XVI), se necesita gente preparada y humilde dispuesta a cambiar la parcela de mundo en la que les tocó vivir.

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