martes, 27 de diciembre de 2011

El último rey de Escocia; parte 2

Aparte de la impresión que causa, “El último rey de Escocia” despierta en el espectador preguntas que siempre están ahí, pero sobre las que nunca nos paramos a reflexionar. A mí particularmente es algo que día y noche me duele, me irrita, como una herida inoportuna que a veces nos hacemos en un dedo y que escuece con alcohol. A la hora de comer, a la hora de cenar, siempre está ahí: ¿por qué? Simple y llanamente, ¿por qué?

No me cabe en la cabeza, ni con calzador me entra. Si todos somos humanos, si todos, parafraseando a Shakespeare, sangramos cuando nos pinchan, ¿por qué? ¿Por qué causar mal, matar, herir a otras personas? No lo entiendo. ¿Por qué tanto odio?

Muchos pensaréis a estas alturas que esto sólo son las preguntas de un inocentón que todavía no ha vivido lo suficiente, que no se ha dado cuenta de que la vida no es un sueño y de que siempre habrá asesinos, víctimas y odio. Puede que tengáis razón.

Pero la pregunta sigue ahí, sin respuesta, pero no por ello muerta.

Cuando conduzco, siempre hay alguien que tiene que ser más listo. Suele ser algún tipo en chándal, con cadenas de ¿oro?, gorra y gafas de sol, aunque estemos en un túnel y el día esté nublado. Que tiene que adelantar por donde no se puede, que va sin luces tumbando aguja. ¿Por qué en ese momento pienso (a veces en voz alta) “ya te estrellarás, cabrón”? Es un reflejo humano, todos alguna vez lo tenemos (no el de llamar cabrón al chulito del coche “tuneAO”, sino el de desear el mal a otra persona).

Hace no mucho todos los telenoticias del mundo emitían las imágenes de la tortura de Gadafi a manos de los rebeldes. ¿Qué habría hecho yo en su lugar? Luchando en el desierto contra un dictador que mató a mi familia y no dudaría en hacer lo propio conmigo. ¿Me uniría al linchamiento y posterior mutilación? ¿Me abstendría y miraría desde lejos? ¿Por qué él derramó tanta sangre? ¿Y por qué derramo yo ahora la suya?

Hay algo destructivo en el ser humano. Algo que lo empuja a la violencia, al odio, a la venganza. Es natural, todos lo llevamos dentro. Nos aprisiona, nos devora sin piedad. Desgarra el alma y la consume.

Sólo hay una salida: la del amor, la de la fe en el bien.

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