miércoles, 13 de abril de 2011

Tristemente cotidiano

Hay escenas que con sólo verlas una vez se quedan grabadas en la memoria. Impresionan, llaman la atención, no se pueden olvidar y, de hecho, no se olvidan.

Lo ví por primera vez hace 3 o 4 meses, un viernes en el metro, en la línea 5, en la estación de Oporto. Eran las cinco y media de la tarde, hora en la que los vagones suelen ir llenos de madres con niños que acaban de salir del colegio. Muchos, la gran mayoría, no suelen ser españoles. Van cargados con mochilas enormes, casi más grandes que ellos. Sus madres les dan la merienda.

La policía les espera a la entrada de la estación. Basta con no cumplir requisitos tan simples como el de la piel para que les paren. Les pedirán los papeles. Algunos policías incluso sonreirán con ironía. ¿Se les puede culpar a ellos por cumplir órdenes? Sinceramente, no lo sé. 

Las madres, con los niños de la mano, lloran. Marcan histéricamente un número en el móvil como si eso les pudiera salvar. No, no hay modo de escapar. 

Y así cada dos o tres semanas, en la misma estación, en el mismo recodo. Poco a poco me voy acostumbrando. Lo que antes me llamaba la atención y me sorprendía se ha convertido ahora en algo cotidiano.

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